Una encantadora niña que demostraba apenas la edad de diez y seis ó diez y siete años y cuya tez blanquísima formaba un dulce contraste con el renegrido color de sus ojos y cabello, estaba sentada á su cabecera. De repente levantóse la niña de los negros ojos y tomando la luz se acercó al lecho. ¿Dónde esa alma cuya pureza leia, con los ojos arrasados por las lágrimas del placer, camisetas de futbol replicas la dulce felicidad del resto de mi vida? Un par de ojos hundidos mas bien por el vicio que por la edad, relumbraban como los de un reptil en su arrugado rostro. Camila habia adoptado el sistema de desentenderse de las amorosas indirectas de Aguilar, si es que el amor puede tener cabida en corazones como el del corrompido sirviente de Rosas. Parece que duerme, dijo ecsaminando atentamente las facciones de la viejecita, ¡ Arreglada con elegante sencillez la habitacion de la joven mostraba á primera vista, que si la persona que la habitaba carecia de los recursos necesarios para introducir en ella costosos adornos, no carecia de buen gusto. A pocos pasos de ella se encontró con Juan Maldonado, que había salido con igual designio de Mérida, ciudad que acababa de poblar en 1558 Juan Rodríguez Suárez al pie de las Sierras Nevadas bajo la advocación de Santiago de los Caballeros; y que el mismo Maldonado había trasladado a mejor temperamento en el valle que ocupa actualmente, circunvalada de los ríos Chama, Mucujun y Albarregas.
El primer paso de ella fue un sangriento encuentro que tuvo Juan Bautista, comisionado de Sedeño, con Ortal en el puerto de Neverí, en el que quedó herido y abandonado de los suyos. En los fines del siglo XVII debe empezar la época de la regeneración civil de Venezuela cuando, acabada su conquista y pacificados sus habitantes, entró la religión y la política a perfeccionar la grande obra que había empezado el heroísmo de unos hombres guiados, a la verdad, por la codicia, pero que han dejado a la posteridad ejemplos de valor, intrepidez y constancia, que tal vez no se repetirán jamás. En seguida sacó de uno de sus bolsillos, un perfumado billete, lo colocó en el ropero, tomando las flores del florero se caló su sombrero y despues de envolver su rostro en el emboce de su capa salió precipitadamente à la calle. Dejaremos proseguir su camino al enamorado Cárlos y su amigo el alegre Arturo y nos trasladaremos con el paciente lector á una casa de pobre apariencia situada en una de las lóbregas calles inmediatas á la plaza de la Concepcion. Soy de opinion Cárlos, dijo Arturo á su amigo, que salgamos á la puerta, que si vienen alli podremos saludarlas.
¿Qué quieres decir con eso Arturo? Marta, tu por supuesto á la interesante Camila, y el demonio cargue con los cuatro, si antes que las háyamos dejado en su casa, no le has pedido á tu chica mas de quinientos mil perdones por tus locos juicios de celoso. Una de aquellas miradas con que la muger virtuosa y ofendida, hace espirar la palabra en los labios del despreciable ser, que se atreve á empañar el límpido cristal de su virtud. De la pared de la izquierda de este pendia un viejo farol, cuyos vidrios en su mayor parte rotos, estaban reemplazados por pedazos de papel, sugetos con obleas y que servian en ese momento para resguardar del viento á una pequeña y moribunda llama, que relampagueaba en el centro y cuyos débiles rayos eran el último resto de la pobre iluminacion que apenas habia durado una hora. A la izquierda de la puerta se elevaba un alto ropero de caoba con cerradura dorada. Cárlos obedeciendo maquinalmente á su amigo lo acompañó a la puerta del teatro. Creo Cárlos que si no eres el mas injusto de los hijos de Adan, tienes una gran facilidad para levantar procesos y sentenciar por tu esclusiva cuenta y riesgo.
Venimos a dispensar garantías, y ustedes se favorecen también con ellas, porque la justicia es como el cielo, que nos cubre a todos. La devoradora falange iba dejando fogatas en los llanos ennegrecidos, sobre cuerpos de animales achicharrados, y en toda la curva del horizonte los troncos de las palmeras ardían como cirios enormes. Càrlos y Arturo, con ayuda de los gemelos, habian recorrido é inspeccionado todos los rostros de que estaba coronada la cazuela del teatro de la Victoria, y no habian encontrado entre ellos el de Camila, á quien como el lector sabe habia privado de asistir á las funciones de esa noche una repentina enfermedad de su tia. Desde esta noche empiezo á ser tu lazarillo, y juro por lo mas sagrado que hay en el mundo, que conduciéndote por la espinosa senda que crees ver á tus plantas, te he de llevar de la mano, hasta dejarte en el florido y màgico jardin de la felicidad conyugal, como dicen los poetas, que mienten mas de lo que pueden llevar al hombro. En el primero á mas de algunas ordinarias aunque bien cuidadas plantas, supervigo.com había una puerta à la derecha que daba entrada á una espaciosa sala.